Postrimerías de una Anunciación.(Vanitas).
Aftermath of an Annunciation. (Vanitas).
受胎告知の余波.
Óleo sobre lienzo
Oil on canvas
油彩・キャンバス
81 x100 cm. (31.8 x 39.3 In.)
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Postrimerías de una Anunciación (Vanitas).
En un nicho oscuro que podría ser altar, relicario o teatrillo de marionetas dormidas, se representa una anunciación sin divinidad, sin gloria ni futuro. El escenario no es celestial, sino doméstico y enclaustrado. La escena se abre cuidadosamente compuesta con un simbolismo a diferentes escalas -más propio de un primer renacimiento- y una densidad alegórica y contraste luminoso más cercanos al barroco.
La contemplación del cuadro invita al espectador a adoptar el rol de observador o a convertirse en demiurgo pues, al estar representados los elementos a tamaño natural, se produce la falsa sensación de poderlos manipular como marionetas; organizarlos como en una casa de muñecas o, sencillamente, depositarlos en este lugar para curiosidades con un interés tan venerable como banal. Lo que implica una sensación de poder sobre el contenido.
Un reptil surge bajo una estructura ‘gótica’ en miniatura: no vuela, no habla, no señala, pero parece pero parece enfocarse a un acto. Una figura terrestre observando lo material, lo terrenal, sin atender a ninguna revelación: no hay anuncio, hay silencio. A la derecha de la escena, un libro azul visto de canto, erguido como testigo o reliquia. Su color no es casual: remite al manto de la elegida para la divina encarnación, una azul para proteger una leyenda. En la parte derecha, una granada dibujada en la pared. No es naturalista ni exuberante, más signo que fruto, es idea, memoria gráfica. Como el texto encerrado en el libro azul, la granada, otrorga emblema de la fecundidad mística, ha perdido su poder performativo: ya no engendra. Sin carne ni jugo, es solo contorno, un eco. Un testigo del tiempo en que lo milagroso aún se pensaba posible.
Encima, una orla blanca atraviesa la composición con dureza geométrica: pintura directa, casi informal, que gotea como verdad interrumpida y que, en lo pictórico, es un vestigio de lo contemporáneo. Su rigidez contrasta con sus pliegues y actúa como frontera entre lo narrado y lo censurado: un anuncio grandilocuente para un texto sin verbo.
A pesar de la curvatura apaisada que da cobijo a la escena, dominan las zonas delimitadas por rectas: la orla, los límites del armario, la luz que entra desde un ángulo preciso y encierra los objetos en una teatralidad contenida. No hay caos, sino estructura. Una geometría sagrada sin consagración.
Al fondo, los rojos litúrgicos arden como tapices de un templo decadente. Una esfera verde ennegrecida sugiere el paso de lo orgánico a lo eterno. Una bolsa de papel reciclado, con una historia llena de pliegues, habla alegóricamente de la experiencia. Una lata industrial de conservas se burla del tiempo sagrado. Todo compone un vanitas donde lo alto y lo bajo, lo antiguo y lo cotidiano, se reúnen para representar no el milagro, sino su postrimería: cuando ya solo quedan componentes transitorios, la luz y sus partículas sobre la materia presente.
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